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El "huracán" que supuso el Brexit

La decisión de los británicos de abandonar la UE provocó un terremoto que afectó desde al gobierno hasta la economía

Uno de los sucesos políticos más relevantes del año ha sido la aprobación mediante referendo del célebre Brexit, un programa que promueve la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Surgido de la fusión de las palabras Britain (Británico) y Exit (salida), esta tendencia política que busca la separación del Reino Unido de la Unión Europea tiene un antecedente en el referendo que en 1975 se celebró sobre la permanencia del país en la Comunidad Económica Europea.

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Aunque las encuestas daban una ajustada ventaja a la opción de quedarse en la UE, los auspiciadores de este cambio radical -entre quienes estuvieron el ahora ex alcalde de Londres, Boris Johnson y Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP)-lograron la sorpresiva victoria con una participación del 72% de la población mayor de 18 años.

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Desde que se formó la Unión Europea en 1992, ningún estado había planteado su salida del conjunto; todo lo contrario, muchos han pujado y lo siguen haciendo para ser integrados y reconocidos.

Pérdida de billones por la salida del Reino Unido de la UE

Desde el pasado 23 de junio, cuando una ligera mayoría de británicos (52% vs 48%) conmocionó al mundo al decirle SÍ a la salida de la Unión, muchas han sido las voces en las islas que se han manifestado en contra, mientras otras persisten en su empeño de que la sede del antiguo imperio británico se aísle y a la vez se haga más fuerte.

El Brexit sería demasiado costoso para la UE

Apenas una semana después de la victoria del Brexit, más de cuatro millones de firmas de británicos fueron colectadas con un pedido para que se llevara a cabo un segundo referendo.

Sin embargo, la respuesta del gobierno fue contundente.

El propio primer ministro conservador David Cameron terminó rechazándola y le envió un correo electrónico a cada uno de los solicitantes donde se les recordaba que las autoridades “habían sido claras al señalar que se trataba de un voto que se haría un sola vez en una generación”.

“Debemos prepararnos ahora para el proceso de abandonar la Unión Europea”, ratifica el documento hecho público los primeros días de julio.

Un referendo que sigue siendo divisivo

Quienes abogaban por seguir siendo miembro de la Unión continúan manifestando que este vínculo le posibilita al país vender libremente sus bienes y sus servicios, así como beneficiarse de un mercado único de 500 millones de habitantes. Para estos, marchase “por cuenta propia” provocaría un shock en el sistema financiero y ralentizaría el crecimiento económico.

Estos mismos consideran que, una vez separado, Reino Unido perdería la capacidad de influir en ciertas decisiones que se toman a nivel continental y hasta mundial.

Mientras, quienes se alegran de la decisión popular y se frotan las manos para la salida, insisten en que escapar de la UE significa recuperar el control de las fronteras, controlar mucho más la inmigración y volver a ser un país soberano.

Una vez liberados de las regulaciones que desde Bruselas se les imponen a todos los miembros de la Unión –aseguran-, Reino Unido podría renegociar sus propios acuerdos puntuales en términos que le favorezcan, y así recuperar el control de su propio país.

De acuerdo con el artículo 50 del Tratado de Lisboa, los políticos británicos tienen hasta 2018 para definir los pasos a seguir para la salida de la Unión.

El camino de la escisión

Mucho antes del día de la separación formal, tanto Reino Unido como la UE deberán renegociar nuevos acuerdos que conciernan a la pertenencia o no al mercado común europeo, lo que forzadamente conlleva al cumplimento de ciertas regulaciones y a la contribución monetaria al presupuesto de la UE.

Una vez más, el espinoso tema de la libre circulación de las personas dentro de las megafronteras de la Unión tendría que ser analizado, pues a los británicos no se les permitiría comerciar libremente, mientras le vetan la entrada a sus dominios a todo tipo de ciudadanos y establecen rígidas cuotas para el empadronamiento de extranjeros en sus empresas.

Por otra parte, haría falta regular el estatus de los británicos que ya residen en la UE, y esclarecer la situación de franceses, españoles, alemanes y del resto de la Unión que viven, estudian o trabajan en territorio británico.

Tras la victoria del Brexit vino la renuncia de Cameron después de seis años de mandato y la elección de Theresa May, una política que se había manifestado en favor de permanecer en la UE, pero que aseguró que acataría los resultados del referendo.

“Brexit significa Brexit… no debe haber intentos de permanecer en la UE, ni intentos para volverse a integrar por la puerta de atrás ni una segunda consulta”, enfatizó la ministra.

Después de Margaret Thatcher, May se convirtió en la segunda mujer en la historia del Reino Unido que dirige las riendas del país, pero sobre todo la que tendrá que hacerle frente a una transición no deseada por muchos hacia un país independiente de Europa.

May nombró a Johnson, quien abogó por el Brexit, como ministro de Relaciones Exteriores.

Aumenta la xenofobia

El otro fenómeno notable se produce con el auge de un considerable movimiento euroescéptico, en la figura de Farage.

“La UE está fallando, la UE está muriendo, espero que hayamos sacado el primer ladrillo de la pared”, exclamó este político en su discurso de celebración por la victoria del Brexit.

Uno de los pilares del discurso de Farage se centra en el control de las fronteras y en la peligrosidad en todos los dominios que representa la llegada de extranjeros a su país, con especial énfasis en el colectivo musulmán.

Cuando Farage se desboca y pide que el 23 de junio sea declarado como Día de la Independencia, y cataloga esa fecha como la de la “victoria de la gente corriente”, no está sino entrando en sintonía con los postulados del Frente Popular de Marine Le Pen, u otras tendencias anti establishment como los italianos Movimiento Cinco Estrellas y Liga Norte, el

Partido de la Libertad de los Países Bajos, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), o Alternativa para Alemania (AfD).

Estos han apelado por el nacionalismo y el proteccionismo, al igual que el recién electo presidente norteamericano Donald Trump.

Bendecidos por el efecto sorpresa que tanto la victoria del Brexit como la de Trump tuvieron en contra de todos los pronósticos, ambos personajes han capitalizado el discurso antiinmigrante, han atacado los efectos de la globalización y han prometido medidas en favor de la clase trabajadora nativa más desfavorecida.

Esta tendencia cada vez más creciente dentro de la sociedad británica ha provocado episodios de violencia racista y xenófoba. A cuatro días del anuncio del Brexit, el Consejo de Jefes de Policía Británico anunciaba que se había producido ya un aumento del 57% en el número de denuncias de este tipo, en comparación con las cifras declaradas del mes anterior.

En esa misma fecha, el embajador polaco en Londres y los representantes del Consejo Musulmán Británico habrían hecho pública su preocupación tras incidentes racistas y xenófobos provocados por extremistas nacionalistas y enemigos de la inmigración, amparados por la reciente victoria del Brexit.

El inicio del fin

El proceso formal para retirar el país de la Unión Europea, según palabras de Theresa May a la BBC, empezará a finales de marzo de 2017.

Al día siguiente de este “divorcio”, el mapa de la Unión Europea habrá cambiado. Con la salida de 65 millones de habitantes, un 13% de los 508 millones de habitantes de la Unión se verá de alguna manera afectado. Por otra parte, la producción económica del colectivo perderá un 17% de su caudal, pues 2,6 billones de euros dejarán de ser considerados.

Además, se producirá una alteración del 25% PIB del Producto Interno Bruto de la Unión, mientras el porcentaje de su comercio mundial caerá del 22% al 18,2%, pues dejará de percibir la actual aportación británica al presupuesto, que hasta la fecha es de 18.700 millones de euros.