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Trump: la gran sorpresa y la resurrección del pronosticado perdedor

Logró la hazaña de ser electo presidente de Estados Unidos en la noticia más sorpresiva del 2016

Fue un huracán de exabruptos e incorrecciones políticas durante los 17 meses que duró su carrera hacia la Casa Blanca, navegando a contracorriente de la tradición electoral de la nación y desafiando hasta la jerarquía del propio Partido Republicano.

Pero Donald Trump logró la hazaña de ser electo presidente de Estados Unidos en la noticia de máxima sorpresa durante el 2016.

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Incluso cuando el magnate inmobiliario subió al estrado en un hotel de Manhattan en la madrugada del 9 de noviembre para anunciar su triunfo tras la llamada de su rival Hillary Clinton, los rostros de incredulidad y desasosiego se repetían en las redacciones periodísticas, las instituciones de análisis geopolítico, los bastiones del Partido Demócrata e incluso entre algunos de sus seguidores atrapados en el escepticismo.

Programa migratorio de Donald Trump

Contra todos los pronósticos y el veredicto de las encuestas, Trump se convertía en el presidente número 45 de Estados Unidos y que asumirá el mandato en la historia de la nación con mayor edad, a los 70 años.

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Uno a uno fueron cayendo los estados considerados cruciales para ganar la presidencia. La inesperada victoria de Trump se definió con sus triunfos en Ohio (18 votos electorales),  Carolina del Norte (15), Michigan (16), Wisconsin (10),  Pennsylvania (20) y, particularmente, en Florida, un estado decisivo en las aspiraciones de ambos candidatos, con 29 votos electorales.

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El fenómeno Trump abrió definitivamente una grieta en las estructuras políticas y la sociedad estadounidense que está aún en proceso de asimilación ciudadana y mediática.

La victoria con  306 votos electorales contra los 232 de Clinton resultó tan aplastante como ningún analista pudo calcular, a pesar de que la candidata demócrata lo aventajó en el voto popular por un margen de dos millones de electores.

Se consumaba así el Brexit estadounidense.

Desde el 15 de junio del 2015, cuando lanzó sus aspiraciones de llegar a la presidencia y prometió devolver la grandeza a Estados Unidos, Trump desarrolló una campaña atípica y, por momentos, desconcertante.

Sus propuestas en el mismo minuto de arrancada parecían golpes tirados al rostro de la opinión pública.

Levantar un muro en la frontera con México para contener la entrada de los que definió como "criminales, violadores y narcotraficantes" desde el país vecino a territorio norteamericano.

Crear una fuerza especial para la deportación de 11 millones de indocumentados y eliminar el derecho de ciudadanía automática por nacimiento a los hijos de inmigrantes.

Parecía imparable y ajeno a las orientaciones de sus consejeros y  colaboradores más cercanos.

Rechazó el dictamen del juez Gonzalo Curiel en su contra cuestionando su origen mexicano, atacó sarcásticamente a la familia de un estadounidense musulmán caído en Irak, se burló de un reportero con  una discapacidad física imitando el movimiento dificultoso de sus brazos y no paró en los ataques contra los medios de comunicación y los periodistas, calificándolos de deshonestos por las coberturas presuntamente tendenciosas de su campaña.

Su desafiante conducta hacia los rivales en contienda auguraba un pronóstico sombrío para  que avanzara mucho en la nominación republicana. Se burló de la apariencia del rostro de la empresaria Carly Fiorina, de las corbatas de Jeb Bush, de la estatura de Marco Rubio y de la familia de Ted Cruz. 

Pero la buena estrella seguía favoreciéndolo y la lista de 17 candidatos se fue acortando en las elecciones primarias y el respaldo de los votantes comenzó a inclinarse  sorprendentemente a su favor.

Sometido a severas críticas del liderazgo republicano, Trump no cesó en su estrategia retadora y ganó ampliamente la nominación de su partido.

Su discurso había calado en la América profunda, más allá de lo que los analistas y encuestadores pudieron entonces advertir.  Trump emergió como el candidato capaz de interpretar el descontento popular contra el continuismo demócrata, enarbolando el  nacionalismo con orgullo y lenguaje populista.

Fustigó males que el estadounidense promedio interpreta como amenazas para su bienestar, su sustento y el de su familia: la inmigración incontrolada, los bajos salarios, las trabas generadas por el Obamacare, la violencia armada en los vecindarios y la amenaza del terrorismo tocando a las puertas de Estados Unidos.

Los tres debates cara a cara con su contrincante parecían la estocada final. Trump estuvo errático y virulento, llegó a pronunciar insultos como "mujer desagradable" contra Clinton, y amenazó con llevarla a la cárcel si resultaba electo como presidente.

Tuvo además la osadía de afirmar que no reconocería los resultados electorales si no le favorecían.

A escasos días de la elección presidencial, sus oportunidades parecieron estrecharse tras las filtraciones de una grabación de 2005 en la que habló despectivamente del comportamiento de las mujeres con una frase lapidaria: "Cuando eres una estrella, ellas te dejan hacerles cualquier cosa”.

Pero los medios seguían cubriendo sus andanzas y declaraciones de perfil estrafalario, y Trump permanecía de pie, pronosticando su victoria final, como un Ave Fénix del siglo XXI.

Ni los ataques contra los inmigrantes impidieron el apoyo de múltiples grupos y asociaciones hispanas en Estados Unidos, ni los comentarios valorados como ofensivos contra las mujeres le restaron consideración entre sectores femeninos, especialmente entre las anglosajonas, quienes le dieron un respaldo decisivo del 54 % el día de la elección, desoyendo las acusaciones de misógino que pesaban contra el candidato republicano.

Horas antes de la elección, Clinton lideraba las más importantes encuestas con una ventaja de entre 3 y 5 puntos porcentuales, sin que Trump pudiera superar siquiera el 44 % en la intención de voto.

Pero entonces comenzó a destaparse la sorpresa y la resurrección del pronosticado perdedor.

La victoria de Trump provocó una conmoción de magnitudes insospechadas en la vida política y la sociedad estadounidense como nunca antes se había producido.  La nación que estuvo dispuesta a elegir un presidente afroamericano a menos de un siglo que cayeran todas las barreras raciales, no estaba preparado para entregarle el mando a una mujer.

La observancia de la corrección política, la prominencia del voto hispano y los designios del aparatoso mecanismo de encuestas como verdades establecidas en la vida nacional fueron puestas en entredicho.

Trump se instalará el próximo 20 de enero en la Casa Blanca como el hombre más acaudalado que haya sido electo a la presidencia de Estados Unidos, pero también como un artífice de la improvisación política que supo sorprender y destronar todas las predicciones en su contra a fuerza de no respetar los comportamientos establecido y convertirse en voz de la gente común y generalmente olvidada en el país más poderoso del mundo.