Restos de excremento, de orina, suciedad y todos los ingredientes de la depauperación y la sordidez humanas salieron a la luz tras un tenebroso descubrimiento en la ciudad brasileña de Guarulhos, en el estado de Sao Paulo.
Por pura obra del azar, las autoridades policiales se encontraban en una redada contra traficantes de drogas, cuando entraron en una casa, registraron todas sus habitaciones y espacios, y dieron con un sótano cerrado con un candado.
Al irrumpir en ese cubículo, los policías descubrieron a un hombre llamado Armando Bezerra de Andrade, de unos 36 años, quien al parecer llevaba mucho tiempo en cautiverio.
Bezerra permanecía acostado sobre un colchón inmundo; no tenía las manos atadas, pero la debilidad por causa de desnutrición y deshidratación le impedían caminar con normalidad.
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El escenario era espantoso: las ventanas clausuradas, sin electricidad para alimentar a, al menos, una bombilla, y con un único ‘inquilino’ complemente imposibilitado de acceder al exterior, pues el picaporte de la puerta había sido retirado. Una cueva del horror y la ignominia.
Según se especula, al menos 15 años estuvo este hombre recluido aparentemente a la fuerza en este espacio oscuro.
Cuando fue interrogado por la policía, el padre de Armando argumentó que su hijo llevaba encerrado 15 años, si bien no pocos de los vecinos aseguraron que podría haber sido un poco más.
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Nadie se explica cómo un padre puede retener en cautiverio a un hijo por tanto tiempo y en esas condiciones. Todos se hacen miles de preguntas.
Según Armancio Bezerra de Andrade, el padre del hombre rescatado, este mismo le había pedido que le diera albergue tras un largo periodo consumiendo drogas.
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"Él me lo pidió"
En palabras de Celso Marchiori, el oficial encargado de la investigación: “El padre vino a mí y dijo ‘este es mi hijo, esta casa es mía, y yo fui el que lo encerró en allí, como él me lo pidió”,
“Él consume drogas y se presentó en mi casa después de haber desaparecido durante muchos años, se presentó en mi casa y me pidió que lo encerrara para que no pudiera comprar drogas”, se justificó Armancio Bezerra.
“Mi conciencia está limpia”, concluyó.
Las propias autoridades dijeron que el hombre que acaban de descubrir en aquel sótano “estaba muy débil. Se levantó con mucha dificultad y se dirigió a la puerta con dificultad. No habló.”
Sin ninguna otra opción, el hombre orinaba y defecaba a escasos pies de donde dormía.
En cuanto a los vecinos, estos evocaron a aquel joven alegre, brillante, con un futuro prometedor, que dejaron de ver hace casi dos décadas, al tiempo que refutaron la idea de que desde entonces estuviera consumiendo drogas.
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Como relata Rafael Cunha Sousa, quien fuera amigo de la víctima, cuando le preguntaba a su padre por el joven ausente, este contestaba con respuestas evasivas, cada vez con una justificación diferente.
“Cuando la gente le preguntaba cómo estaba, él siempre decía que viajaba, o que estaba en el campo, o en la casa de un familiar, pero nunca nos proporcionaba una dirección o decía dónde estaba”, dijo Sousa.
Hasta el momento desde el hospital a donde fue conducido, Armando Bezerra de Andrade no había querido articular palabra, y solo responde mediante gestos, como si no tuviera vínculos racionales con la realidad.
La policía investiga las causas de este espantoso cautiverio y espera que la propia víctima sea capaz en algún momento de contar su calvario.