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¿Existió realmente Belek, el vampiro enano argentino?

Aún se oye en Buenos Aires la historia de Bélek, un enano que en los años 70 había llegado como parte del Circo de los Zares de San Petersburgo.

Todavía se escucha en ciertos recodos de Buenos Aires la historia de Bélek, un enano que en los años setenta había llegado a la ciudad como parte de la troupe del Circo de los Zares de San Petersburgo.

Según el libro Buenos Aires es leyenda, de Guillermo Barrantes y Víctor Coviello, poco tiempo después de la instalación del circo en el Bajo Flores, empezaron a morir sospechosamente varios de los animales del espectáculo. El detonante se produjo cuando el responsable del circo descubrió al enano Bélek aferrado al cuello de una mono tití llamada Vera.

Tras el escándalo de semejante canallada, la troupe siguió su camino por otros recodos del país y dejó atrás, sin empleo y sin techo, a aquel hombre de medidas liliputenses y hábitos rarísimos que heredara de sus ancestros de los montes Cárpatos.

De manera que al hombrecillo no le quedó otra opción que buscar cobija en una casa abandonada del Bajo Flores, mientras para su sustento, se dice, continuaba succionando la sangre de los pájaros y los gatos de la localidad. Hasta que su persistente sed lo llevó a atacar a varios de sus vecinos.

Cuentan dos supuestas víctimas del enano que, además del estado de terror decretado por los militares en aquellos tiempos, las andanzas de Bélek terminaron atribulando los espíritus de la vecindad.

“La verdad, parecía un demonio. Me miró por un segundo, unos ojos azules, la cara toda blanca. Grité, recé, no sé qué más hice…” –declaró a los periodistas un señor mayor de nombre Fulgencio que todavía conservaba en sus botas de goma de caña alta los orificios producidos por los afilados molares del vampiro.

Todo concluyó cuando en una ocasión Bélek cayó en las manos de un grupo de hombres decididos a darle caza. Atrapado bajo las redes de un arco de fútbol, según ha narrado un sujeto de apellido Galán, “al enano le caían mocos verdes y gritaba cosas que nadie entendía”.

Sin embargo, mientras sus cazadores debatían qué iban a hacer para eliminar a semejante bestia, Bélek logró escapar gracias a una navaja que escondía bajo sus ropas.

Nunca más se le ha vuelto a ver.

Desde entonces se dice que pernocta, “de capa caída”, entre los panteones del cementerio de Flores, por lo que una ley no escrita de la zona sugiere a los curiosos que no permanezcan en el camposanto más allá de la hora que la lógica exige.

Técnicas para dar muerte al vampiro

Una de las reacciones más curiosas percibidas tras aquella única detención del enano Bélek fue la de darle muerte mediante decapitación y la introducción de una estaca en el pecho.

Durante varios siglos, los “especialistas” se han debatido entre la teoría del hierro profundo contra el pecho del vampiro y otra, más drástica, que consistiría en quemar su cuerpo en una hoguera o exponerlo durante días al sol.

Comoquiera que las balas y los ataques con armas blancas son tan ineficientes como las ristras de ajo colocadas detrás de las puertas, el agua bendita y los crucifijos, la creencia popular ha concluido que la solución menos riesgosa sería la estaca de hierro en el pecho y el cercenamiento de la cabeza de los considerados vampiros.

Esto explicará que hace unos años arqueólogos descubrieran seis tumbas con vestigios de enterramientos vampíricos en la ciudad de Debelt, al este de Bulgaria.

Según Mark Collins Jenkins, autor del libro Vampire Forensics: Uncovering the Origins of an Enduring Legend, se sabe del impacto que generaban entre los siglos XVI y XVIII las imágenes de las exhumaciones de cadáveres de personas fallecidas por causa de la peste, una epidemia cuyas causas todavía se desconocían.

Al constatar que los cuerpos aparecían hinchados, con sangre en las mejillas o en posiciones aparentemente misteriosas, al momento se corría la voz de que se trataba de un ser que regresaría en la noche del mundo de los muertos en busca de nuevas víctimas, lo que provocaba el estupor de la plebe.

Para colmo, en aquellos tiempos de epidemia, al verse obligados a abrir las tumbas recientes para proceder a un nuevo enterramiento, los responsables descubrían signos perturbadores como rasguños en la madera, pues era muy habitual que se produjera la inhumación de víctimas de la epilepsia o de la histeria.

Por ello, al estar convencidos de que se trataba de un vampiro en su fase diurna, se procedía al rito pagano de perforar el pecho del cadáver hinchado, lo que provocaba un flujo de gases comprimidos en el estómago a través de la glotis, que al pasar por las cuerdas vocales provocaba un escalofriante sonido, como el de un aullido. Una escena de infarto.

¿Y entonces? ¿Sabe usted qué ha sido de Belek, aquel vampiro enano que conmocionó hace más de treinta años a buena parte de Buenos Aires?