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Comercios centenarios sobreviven en el centro histórico de Ciudad de México

Comercios centenarios sobreviven en el centro histórico de Ciudad de México

Paula Escalada Medrano

México, 25 de julio (EFE)

Comprar pinceles donde lo hacía Diego Rivera, camisas en la tienda en la que las adquiría Cantinflas o apoyarse en el barandal usado por Pancho Villa para atar su caballo es aún posible en el centro histórico de Ciudad de México, donde hoy sobreviven numerosos comercios centenarios.

Son lugares cuya historia está más cerca de los ciudadanos gracias a la "Guía de comercios centenarios del centro histórico", publicada recientemente, que recopila unos cuarenta comercios centenarios.

"La guía tiene como objetivo difundir la memoria, el enorme valor que tiene este conjunto de comercios que tienen cerca de cien años y que son parte del patrimonio intangible de la capital", dijo a Efe Inti Muñoz, director general del Fideicomiso del Centro Histórico.

Se trata de restaurantes, ferreterías, pastelerías, mercerías que, en opinión de Muñoz, están jugando un papel importante en este reencuentro de la sociedad con el centro histórico, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.

Después de que esta zona dejara de visitarse, gracias a un proceso de regeneración urbana el centro capitalino es hoy "un espacio intensamente vivo", que es transitado por 2,5 millones de personas al día, explicó Muñoz.

Un ejemplo de local con una historia intensa y larga es el Café Tacuba, ubicado en la calle del mismo nombre, que en sus cien años de historia ha sido el escenario de bodas, escenas de película y hasta de un asesinato.

Allí se casó el pintor Diego Rivera con su segunda esposa, Guadalupe Marín; el actor Anthony Queen rodó la película "Los hijos de Sánchez", y allí, sentado en una silla, estaba el político Manlio Fabio Altamirano cuando fue asesinado a tiros en 1936.

A pocos minutos de este café, en la calle 5 de mayo, se encuentra la dulcería Celaya, fundada en 1874 y cuya esencia, contó a Efe su gerente Jorge Huguenín, no ha cambiado: dulces artesanales y tradicionales hechos con las recetas originales de los conventos novohispanos, cuyo sabor pasa de padres a hijos.

"Recuerdo un día que entró un señor con su hijo de siete u ocho años y le empezó a narrar al niño la dulcería tal cual como era cuando lo había traído su padre. Se estableció una conversación tan hermosa a través de los dulces. Le contaba lo que se compraba, lo que le llevaba a su abuelita... fue un momento muy especial", relató Huguenín, quien lleva más de 20 años trabajando allí.

Aleluyas, picones, mazapanes, suspiros, cajetas o rollos de guayaba reposan en las vitrinas de este comercio centenario cuyo letrero es un patrimonio histórico.

Toda una vida lleva Ramón Sánchez trabajando en la Camisería Bolívar, desde 1953, cuando entró a ayudar a su tío. Es español y llegó a México siendo un niño, tras la Guerra Civil española (1936-1939).

Esta tienda de ropa de caballeros fundada en 1898 y que Sánchez acabó heredando ha visto entrar a personajes de la talla de Mario Moreno "Cantinflas" o el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz.

Y desvela el secreto: "una atención personalizada, que es algo muy importante". Así lleva casi sesenta años vendiendo camisas hechas a medida a señores y a jóvenes que también entran en la tienda, renovando su clientela.

Ubicada también en la calle Bolívar está la Casa Serra, una tienda de materiales para artistas que aún conserva facturas de grandes pintores mexicanos que acudieron a comprar óleos, pinceles, acuarelas o lápices, como Diego Rivera, Frida Kahlo y David Alfaro Siqueiros.

Con una fachada imponente de azulejos de talavera poblana (típica del estado de Puebla), ubicada en la calle Francisco I. Madero, está la casa de los azulejos que hoy es una tienda de la cadena Sanborns.

Se dice que en su interior, no menos fastuoso, Pancho Villa y Emiliano Zapata tomaron café y chocolate caliente en 1916, tras su entrada triunfal en la capital mexicana.

Y a pocos metros de este edificio está la tienda de La Palestina, que en su fachada todavía conserva el barandal de bronce decorado con cabezas y patas de caballos donde, se cuenta, ataban los caballos estos revolucionarios, mientras se reunían a discutir en el Palacio Nacional.

En este establecimiento fundado en 1884 antes se vendían sobre todo sillas de montar y otros artículos de charrería, pero hoy ha tenido que actualizarse y ofertar otros objetos de piel como maletines o carteras.

La zapatería El Borceguí o la mercería El Refugio son otros de los lugares que han logrado sobrevivir al tiempo, reinventándose o reivindicando su autenticidad, frente a los grandes almacenes y empresas multinacionales que arrasan a diario con los pequeños comercios.